Normalmente, la acción de prenderle fuego al enemigo significa tener que acercársele, pero un arma que lance una llama a propulsión puede causar daños a distancia. Los primeros en intentar esto fueron los bizantinos de Constantinopla (actual Estambul, Turquía) en el siglo VII dC.
Su "fuego griego", un líquido pegajoso y llameante lanzado a chorros desde unas bombas, era muy temido por sus enemigos. Posiblemente inventado por un arquitecto sirio llamado Callinicus, el fuego griego ayudó a los bizantinos a derrotar a una flota sarracena (árabe) en el 673 dC.
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